Carnaval en la oscuridad

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Haití. Carnaval en la oscuridad.

Fotos. Sebastian Vilariño y Eduardo Chaco Panelli
Texto. Agustina Vigano

Por las calles de Port au Prince se ven edificios destruidos, gente descalza y semidesnuda vendiendo lo que sea, colectivos pintados con futbolistas argentinos como Maradona o Messi, con banderas de Brasil y Pele. Grandes murales con vivos colores tapan la tristeza de un pueblo arruinado, devastado, y el día a día de castigo en estas tierras que ya no tiene recursos naturales.

Haití comparte la mayor isla del Caribe, la Isla Española, con República Dominicana. El contraste, nomás cruzar el Río Masacre que los separa, es como pasar del paraíso al infierno.

En 1804 se independizó de los colonos franceses, pero las masas esclavas nunca llegaron al poder. Gobernantes blancos son culpables de homicidios, corrupción y fraude desde entonces, ocultando su hipocresía racista y su absoluta falta de humanidad. El único país latinoamericano que se independizó desde abajo, con la revolución esclava, es hoy un montón de gente intentando sobrevivir entre ríos contaminados sin poder siquiera respirar aire puro.

La falta de democracia, de educación, y la extrema corrupción interna sumada a la de los organismos internacionales, han ido succionando –en los últimos dos siglos- los recursos naturales de su tierra y la sangre subyugada de su pueblo. Por si esto fuera poco, el karma de esta tierra los bombardea con desastres naturales –huracanes, inundaciones, terremotos- que van eliminando de a poco lo que queda.
En 2004, en un acto de extrema saturación, la violencia política y las rebeliones armadas forzaron la renuncia y exilio del presidente. El país quedó en manos de un gobierno provisional impuesto por las Naciones Unidas que patrulla las ciudades “manteniendo el orden”. Este mismo organismo afirmaba -en 2010- que Haití es el 6º país más pobre del mundo, precedido por naciones africanas.

La mezcla con los colonos franceses dejó parte de su idioma el cual, fusionado con la herencia africana, formó el Creole como lengua haitiana. Las costumbres ancestrales persisten y, contrario a su vecina Dominicana, el blanco no se cruzó con el negro (salvo por una muy pequeña minoría).

Si hay algo que reconocerle a los colonos es haber traído la costumbre del carnaval, que el pueblo haitiano tomó como propio y lo reintentó.

Haití se disfraza de fiesta

La ciudad está rodeada de morros de tierra naranja. En las laderas, las casas de colores se van iluminando a medida que baja el sol y avecina la noche. Se encienden lucecitas blancas, cientos, miles; se convierten en estrellas en la oscura noche de carnaval.
Multitudes bajan a las calles disfrazados, pintados, enmascarados; los colores vibran en la penumbra. Rastafaris, cristianos, voodoo: no importa en qué creen, no importan las diferencias; todos se reúnen en las calles para formar parte del carnaval más grande del mundo.
Camiones inmensos desfilan por la calle principal llevando a los famosos y a las personas de clase alta. Los parlantes gigantes al ritmo del rap creole hacen vibrar los edificios de no más de tres pisos. Por sus ventanas y techos asoman vecinos que miran el desfile de “diablas” vestidas de blanco, como vírgenes del carnaval. Hay serpientes, hombres en zancos, máscaras de papel maché, miles de niños pintados con aceite oscuro o carbón: escondidos como sombras de la noche, sus ojos brillan.

El carnaval es una época de alegría y olvido. El tiempo se detiene y se viaja a otra realidad donde los diablos del carnaval reinan y la música inunda las calles. Pero también es momento para recordar a los caídos, a los familiares muertos por las desgracias naturales y sociales. Cantan a sus muertos para que estén presentes, para no olvidarlos ni olvidar su pasado. Cobran vida haciéndolos formar parte en esta celebración. Cantan también para no olvidarse de su propia historia y mantener viva su tradición.
Se escuchan los tambores tocando “zouk” (una fusión de creole francés y africano). La gente, como una gran masa de energía, baila un ritmo hipnótico y entra en un trance de danza voodoo que inmortaliza la cultura y el sentimiento haitiano.
La multitud grita. El sentimiento es masivo, eufórico e inunda la ciudad. Es un grito de odio, de rebelión, de saturación. Es un grito que dice basta y que dice estamos acá. Esta noche es la razón para seguir en estas tierras. Esta noche es la razón para seguir luchando por un mañana.

Desde las entrañas, desde la sangre envenenada: “¡Haití, Haití!”

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